“Cuando aprendes a morir, aprendes a vivir”
— Morrie Schwartz 1
En medio del ruido al que esta vida nos acostumbra, a veces nos topamos con libros que —como debe ser— no pretenden ofrecer respuestas absolutas, sino abrir espacios de verdad simples, humildes y esenciales. Espacios de humanidad tan desnuda que, al tocarnos, nos desarman, nos desgarran.
«Martes con mi viejo profesor» (en inglés Tuesdays with Morrie), del periodista Mitch Albom, es uno de esos libros.
Escrito con la urgencia de quien ve cómo la muerte se acerca, día a día, al que fue su viejo maestro, pero con la dulzura de quien reconoce que el alma sigue viva entre los silencios de las palabras compartidas, este libro se convierte en una meditación sobre lo más profundo de la auténtica existencia. Y también —si se lo permitimos— en una crítica silenciosa a un mundo moderno que ha convertido la vida en una absurda carrera sin sentido.
La trama sencilla que lo cambia todo
El argumento es mínimo, casi íntimo: Mitch, un exalumno absorbido por una vida profesional de éxito y prisas, retoma contacto con su antiguo profesor, Morrie Schwartz, enfermo terminal de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). A partir de ese reencuentro, y durante catorce martes, se sienta a su lado para conversar sobre los grandes temas que acompañan nuestra vida: el amor, el perdón, el miedo, el ego, la muerte, el tiempo. Y sobre todo, sobre cómo vivir con sentido.
Ahí reside, precisamente, la magia de este libro: en esa aparente sencillez. Pero bajo su superficie hay una crítica profunda —aunque suave, sin estridencias— al modelo de éxito, productividad y deshumanización que nuestra sociedad ha convertido en norma.
Una ética de lo humano
Morrie no enseña desde púlpito alguno. No pontifica, no vende fórmulas, no pretende ser guía de nadie. Es un hombre que está muriendo con conciencia, con presencia. Y por eso su voz adquiere un peso especial: ha soltado las máscaras, los roles, los miedos sociales. Y lo que queda tras él es una sabiduría desnuda, honesta. Una ética de lo humano.
Morrie representa esa sabiduría —podríamos llamarla transpersonal— que no se aprende en universidades ni en másteres. Es la sabiduría que se gesta en lo más profundo del corazón cuando uno ha vivido, amado, sufrido y, al fin, ha comprendido.
Nos habla del valor de los vínculos, del cuidado, del cuerpo que se va apagando, del silencio que acoge, del tiempo que no se mide en dinero ni en likes ni reconocimiento alguno… sino en presencia.
Una crítica a una sociedad desalmada

Lo que Mitch aprende de Morrie no es solo algo personal. Es también una mirada social. Cada conversación deja entrever los vacíos de un sistema que valora más el hacer que el ser, el tener que el compartir, la eterna juventud que la dignidad de la vejez.
“Martes con mi viejo profesor” se transforma así en un incómodo espejo:
¿Hace cuánto no miramos a alguien a los ojos, con dulzura, sin prisa?
¿Hace cuánto no permitimos, desde la sincera humildad, que alguien nos enseñe algo?
¿A qué jodida velocidad estamos corriendo sin saber a dónde nos dirigimos?
El morir como maestría
La muerte recorre todo el libro como una presencia muy cercana, pero nada trágica. Es la gran iniciadora. Morrie no la rechaza ni la dramatiza. La observa. La respira. La abraza. Y desde ahí, enseña a vivir.
Quizá una de las lecciones más potentes del libro sea esta: no se trata de evitar la muerte, sino de reconciliarnos con ella. Porque solo quien ha hecho las paces con su finitud puede vivir de verdad.
¿Y nosotros? Dichoso aquel que tiene con quién hablar los martes.
En este mundo inundado de ego en apariencia, saturado de cursos online, teorías del éxito y gurús de la productividad, este libro nos recuerda lo esencial: que necesitamos sentarnos, cara a cara, con alguien que nos hable y escuche desde el alma.
Todos necesitamos un Morrie. Y también —no lo olvidemos— podemos ser Morrie para alguien.
La pregunta, entonces, no es solo qué aprendió Mitch de su maestro, sino qué haríamos nosotros si supiéramos que nos queda poco tiempo.
¿A quién llamaríamos? ¿Qué cambiaríamos? ¿A quién perdonaríamos?
Palabras enmudecidas. Abrazos no entregados. Amor oculto.
Conclusión
«Martes con mi viejo profesor» no es un libro perfecto, ni, tal vez, pretendió nunca serlo. No es académico ni espectacular. Es, sencillamente, una conversación honesta entre dos almas que es capaz de enriquecer la nuestra. Y eso suma.
Y en esa humildad radica su poder.
No ofrece recetas, pero despierta verdades que el alma ya conoce: que la vida no es para ganarla, sino para compartirla. Para habitarla. Para vivirla con sentido.
Quizá por eso sigue conmoviendo a tantos lectores. Porque, en medio de tanta distracción, alguien nos susurra, como Morrie:
“La muerte termina con una vida, no con una relación.”


«Porque quizá —como tú, como yo— hay muchos que no buscan teorías, sino una manera más humana, más honda y verdadera de estar en el mundo. Y tal vez, solo tal vez, al aprender a sentir de verdad, comencemos a recordar quiénes somos»
Pedro Atienza
Inteligencia Transpersonal
Tal vez quieras seguir leyendo…
- Psicología Transpersonal: Un Camino hacia la Integración del Alma
- «Martes con mi Viejo Profesor». Una conversación sincera sobre el sentido, la muerte y lo humano.
- El Caos Creativo en Nietzsche – Un alma Desgarrada
- Más allá del diagnóstico. El lenguaje del dolor psíquico.
- Liderar desde el Ser: Inteligencia Emocional Transpersonal para un futuro Humano y Consciente
Share this content:








Deja una respuesta